martes, 15 de marzo de 2011

La venganza de las solteronas

No me caracterizo por mi empatía -si se quedan lo suficiente en este blog, probablemente lo comprenderán- pero siento que cuando sufrimos una decepción amorosa tendemos a hacer una de las siguientes:

1. Fantasear que nos encontramos al susodicho y que estamos radiantes, tanto que el pelotudo se da cuenta finalmente que si ti su vida es una agujero negro.
2. Fantasear que cuando te encuentres a susodicho -y se sobreentiende, estas radiante- te hable con cara de menso, babeándose. 
3. Fantasear que te encuentras con susodicho, y que cuando te hable babeando, le respondas con total indiferencia. 
4. Fantasear que luego de encontrarnos a susodicho babeando por ti, le respondas con indiferencia y encima de todo, en medio de esa aburridisima conversación, tu novio actual, que es más alto y de lejos, más lindo, con mas plata que él (esto lo vamos a saber nosotras, claro, no es como que el tipo va a venir con billetes cayéndosele de los bolsillos) venga a salvarnos de esa incomodidad, te agarre de la cintura y te plante un beso, susodicho mirando con cara de imbécil. 
5. Que despues de encontrarnos a susodicho, que nos hable con cara de menso, lo ignoremos, y encima venga nuestro novio actual y le desinfle cualquier ilusión idiota de regresar, se enfrasque en una depresión de seis meses, tipo la de Tom Hansen en "500 days of Summer". 

En la vida real ocurre solo una cosa: Una de tus amigas te pasa la voz para ir a una reunión con otros amigos en común. Te arreglas un poco, pero no tienes muchas ganas. Realmente no tenías intención de hacer nada, pero piensas que es mejor salir que quedarse sola una noche de sábado mirando repeticiones de Bridget Jones (por más churro que salga Colin Firth). Llegas y te das cuenta que sus amigos están en la barra del bar. Te invade un sentimiento de ansiedad enorme pero sigues de largo, igual ni siquiera los conoces bien. De alguna forma estás esperando lo peor y ya comienzas a desmoronarte. Pides un trago fuerte y te lo tomas de una vez. Te calma pero no lo suficiente para lo que viene a continuación. Mientras te preguntas para que carajo saliste justo ese sábado por la noche y si es parte de una conspiración para que te suicides, lo ves llegar sonriente de la mano de una chica que no conoces y que su grupo de amigos saluda efusivamente. Mientras todo te da vueltas, además de sentirte fea y anormal, agarras tus cosas y decides largarte, antes que te vea y se le ocurra saludarte. 
Lo gracioso es que, mientras estás saliendo desaforadamente de aquel bar mugroso al que nunca más piensas regresar, te lo topas en la salida. Apenas y te saluda con un gesto que más parece una mueca de disgusto que otra cosa. Irónicamente, hubieras preferido que viniera a saludarte con un beso, que se hubiera tomado la molestia de hablarte dos segundos, preguntarte como estás, que ha sido de tu vida. Ahora, más miserable que antes, pero menos que mañana cuando te despiertes con migraña y probablemente algunos granos en la frente por estrés, te tomas el primer taxi que pasa por la puerta preguntándose porque la vida es tan perra.

2 comentarios:

  1. Hola Sofía!
    De casualidad estuve chekeando tu blog y tus posts y dejame decirte que tu historia con Santiago es bastante parecida a la mia con un pata que no quiero ni nombrar y que tenemos varias cosas en comun. Sigue escribiendo...me agrada encontrar a alguien que se ha sentido casi exactamente como yo...

    Fiorella

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  2. Vaya, alguien lee este blog, es increible! lo siento, me emocioné! jaja lo actualizaré :S lo prometo, aunque ya hayan pasado dos meses! sorry

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