viernes, 3 de junio de 2011

Los Propietarios (I)

Cuando viene un propietario siempre crea una expectativa absurda, como si se tratase de la visita de un rey y su comparsa. De hecho, cada vez que vienen es algo parecido, pero en una versión caricaturesca de cada personaje de la corte. Uno de estos, dueño del departamento más grande, vino un día de semana acompañado por su esposa. Se trataba de un blancón narizón, de esos que no te miran a la cara cuando te hablan, con el suficiente dinero como para pensar que es experto en todo. Viene y dice, en un tonito aburguesado, que los muros le parecen muy anchos y que el arquitecto no ha pensando en esto, que los pasadizos podrían ser mas grandes, que está desperdiciando espacio en muros. Su esposa, ese maniquí parado a su costado, vestida con ropa de marca y bolso a la usanza antigua de llevarlo apoyado en el antebrazo, asiente a sus delirios de arquitecto trafa. No le queda otra, él tiene la plata, èl tiene el poder, a ella solo le queda decir "si, amor", mientras camina de la mano del que es su amo y señor. Tampoco da para más la señora, bien vestida, bien peinada, bien arreglada, pero bien hueca también. Sube al ultimo piso y admira la vista desde su piscina, y luego de percatarse que el muro que divide este del lote vecino es muy bajo, lanza un grito ahogado, voltea y comenta a su marido, en el mismo tonito aburguesado: "Amor, que miedito".
 
 

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